Continuamos con nuestra serie de tres artÃculos escritos por nuestro alumno Francisco Rueda sobre los tipos de batallas y los principales datos que pueden interesarnos como escritores para nuestras historias. Tanto si entramos en el género bélico, el histórico o el de la épica fantástica. Durante esta entrada nos centraremos principalmente, pero no solo, en la Edad Media. Aquà puedes consultar la entrada anterior.

Edad Media
Es súper dispar, porque es muy larga, desde el siglo V (que, como le gusta decir a un colega historiador mÃo, «era un erial»), hasta el XV, en el que acontece la Guerra de las Dos Rosas, que inspira Canción de Hielo y Fuego, y es prácticamente renacentista. He de decir que a mà el siglo V me parece muy interesante. Toda Europa es Conan. Tribus de adoradores de dioses oscuros masacrándose unos a otros, mil miniculturas en guerra constante y sanguinaria, pero eso sÃ, a muy pequeña escala. Las cantidades de efectivos que eran capaces de desplazar, por ejemplo, los persas (veinticinco mil almas en Maratón, según los expertos), no se van a volver a ver hasta mucho más tarde, a partir del Renacimiento. En la Edad Media, sobre todo en sus comienzos, un ejército de dos mil personas ya era una auténtica barbaridad. Los reyezuelos de los miniestados que proliferan en este periodo no pueden realizar reclutamientos más eficaces. No hay capacidad ni recursos para igualar a los grandes imperios de la Antigüedad.
Tras la caÃda del Imperio Romano de Occidente, la caballerÃa es aún una cosa infrautilizada, para desplazarse y poco más. En época mal llamada vikinga, con Alfredo el Grande haciendo de las suyas y fundando burhs, y los supuestos hijos de Ragnar dirigiendo el Gran Ejército Pagano (recomiendo encarecidamente la serie The last kingdom, a pesar de sus imprecisiones), la guerra se hace a pie, con los famosos muros de escudos en primera lÃnea.
A partir de Hastings las cosas cambian. Guillermo el Conquistador, o el Bastardo (qué bien le vino a este tipo la ley danesa del concubinato para poder heredar tierras), según quién lo mencione, machaca con su caballerÃa pesada (que, por cierto, en algún momento de la batalla pudo hacer, según cuentan, un «tornafuye», término al que nos referiremos luego) a la infanterÃa del rey Harold, atrincherado tras su muro de escudos (de lágrima ya en esa época, y no redondos como los vikingos anteriores, según nos muestra el tapiz de Bayeux) en la cima de una colina.

Se sienta un precedente. Los campos de batalla retumbarán bajo los cascos de los caballos de guerra, acorazados igual que sus jinetes que, carga tras carga, debilitarán las lÃneas enemigas hasta hacerlas rendirse y capitular, para asà capturar a los mandamases del ejército oponente y poder pedir rescate por ellos. Igual que pasó con nuestros amigos egipcios montados en sus carros, todo esto cambiará, y lo hará a partir del siglo XIV, más o menos. Hay que destacar, como gran ejemplo, la batalla de Bannockburn. Esta batalla es, de principio a fin, una lección de guerra memorable. No sólo porque pelee en ella Sir James, Lord of Douglas, mi persona preferida del siglo catorce, también porque en esta contienda se presenta y utiliza de forma magistral una variación muy importante en los modos bélicos medievales: la infanterÃa armada con lanzas derrota a una caballerÃa mucho más numerosa y, en teorÃa, mucho mejor equipada. Además, esta infanterÃa es un cuerpo de ejército barato y, si está bien entrenado, muy versátil.
Los ingleses utilizarán en esta época sus arcos largos con mucho tino, logrando victorias decisivas contra los franceses en la Guerra de los Cien Años (batallas de Crecy, Poitiers, Agincurt en Francia, y Nájera en nuestros territorios peninsulares). No hay que pensar que penetraban armadura. Los flechazos no superaban el acero de los arneses, y asà nos lo relatan las crónicas de la época. Lo que pasa es que los ingleses fueron listos y situaron a sus arqueros de forma que pudiesen atacar a la caballerÃa francesa por el flanco, ya que los caballos sólo estaban blindados por delante. El caballo herido caÃa y aprisionaba al jinete, que no podÃa levantarse. Luego ya llegaba el arquero con su daga de misericordia y se la metÃa al enemigo por la ranura del yelmo.
Nos han vendido bien lo del ideal caballeresco, el entrenamiento exhaustivo de los templarios, y todas esas cosas que quedan muy molonas en pelÃculas y series, pero sólo son verdades a medias. No habÃa mucha disciplina en la caballerÃa. En batalla era muy difÃcil que un comandante lograse que sus caballeros mantuviesen la cabeza frÃa para no hacer estupideces temerarias. Los que lo lograban pasaban a la historia, por supuesto, como Ricardo Corazón de León, probablemente el mejor lÃder de la Edad Media, pero no era lo habitual. Tanto es asà que han trascendido como virtuosas tácticas de guerra que en realidad son fallidas, como por ejemplo la carga en punta de lanza (ineficaz, ya que lo devastador es que todos los caballeros carguen en lÃnea para maximizar el impacto), que son fruto de la ineptitud de los comandantes a la hora de mantener sus lÃneas agrupadas, lÃneas que al final cabalgan de cualquier manera detrás del pendón de su jefe de mesnada y por eso acaban formando un triángulo.

Tampoco hay que pensar que en esta época se llevan las grandes batallas. Nada más lejos de la realidad. Un factor importante ya se ha mencionado: en la Edad Media no hay capacidad económica ni demográfica, entre otras cosas, para movilizar grandes ejércitos.
Debido a ésta y otras causas, lo que más se llevan son las escaramuzas (nuestras razias) para minar el poder del reyezuelo de enfrente. La guerra seria se hace tomando plazas fuertes, un castillo detrás de otro (recomiendo Sidi, de Reverte, que tiene muchos fallos, pero en general está muy bien), y las batallas sólo suelen ocurrir cuando un gobernante desplaza tropas para luchar contra un ejército que está sitiando una de sus plazas. Además, muchas batallas se pactaban. Si era posible irse de allà sin combatir, mejor que mejor.
Es en los asedios donde más se avanza, tecnológicamente hablando. Se construyen los grandes fundÃbulos (y se les pone nombre, como el famoso Warwolf, o Loup de guerre, que se usó para asediar el castillo de Stirling), que eran sobre todo para causar temor, y no tanto para apedrear. Tardaban mucho en construirse, y se hacÃa a la vista de los sitiados, para que viesen lo que les esperaba, y estuvieran asà más persuadidos a capitular. Al atacante no solÃa interesarle reventar los muros del castillo, era más práctico conservarlo intacto para luego poder usarlo. Bien es verdad que también se podÃa llevar a cabo una táctica radicalmente opuesta: derruir hasta los cimientos un castillo rendido, para que nadie pudiese usarlo después. También aparece la figura del zapador. El tipo que hacÃa un túnel debajo de los muros del castillo para después derrumbar el túnel y asà abrir brecha en la muralla. Un oficio peligroso y muy apreciado por los comandantes astutos.
La historia de España y Portugal en esta época es riquÃsima. Tenemos de todo. Almanzor y su suegro peleando contra cristianos peninsulares y paganos daneses, el Cid, Pedro el Cruel y Enrique de Trastámara, Bertrand du Guesclin, las grandes casas Manrique y Garci-Lasso (cuna de poetas, ambas). Las Navas de Tolosa, la ya mencionada Nájera, los sitios de Lisboa y Uclés. Todo es digno de investigar e indagar. También lo es el «tornafuye», otra táctica de leyenda que no se sabe bien, igual que la punta de lanza, si era una genialidad o un estropicio. Los que la narran como genial se esfuerzan en demostrar que las cargas de caballerÃa ligera andalusÃ, armadas con arcos, avanzaban hacia el enemigo, descargaban andanada, y después tornaban para huir de allà (torna y fuye), descolocando al enemigo, que se creÃa que los andalusÃes se retiraban, pero no era cierto. Los andalusÃes entonces aprovechaban el desorden en los cristianos, que se adelantaban para perseguirles en su supuesta retirada, y volvÃan a cargar contra ellos para machacarles (asà perdió la vida el pobre Sir James, Lord of Douglas, asaltando el Castillo de la Estrella, en Teba). En cuanto a los que dicen que el tornafuye era una pifia, argumentan que los andalusÃes eran, de nuevo, incapaces de mantener la cohesión y uniformidad de sus cargas, de modo que huÃan antes de entrar en contacto con el enemigo, o al tomar contacto con él.

Aquà concluye el artÃculo de esta semana. En el próximo concluiremos esta serie hablando de las guerras con pólvora y cómo hemos llegado hasta la actualidad. Espero que os estén resultando útiles estos artÃculos. Como siempre, podéis dejarnos cualquier comentario que queráis.
No soy historiador, el autor parece que controla el tema y a mà se me genera una duda cuando habla de las tácticas de combate de la caballerÃa de la plena edad media, asà como de la extensión de las batallas con respecto a oriente medio y la región de Palestina y norte de Arabia. ¿Allà también eran asà las batallas?
El corrector del móvil me jugó una mala pasada, y no sé editar mi comentario. Donde aparece escrito «ya no todos los juegos» yo querÃa escribir «ya que no todos los burgos». Perdón por la errata.
Hola, Sergio, muy buenos dÃas. Intentaré darte una respuesta lo más sintética y rigurosa posible.
Hasta donde yo sé, en Tierra Santa los combates eran muy similares a los que se libraban en la Europa continental. En frecuencia primaban las razias y escaramuzas, y puntualmente podÃan verse grandes batallas y asedios.
El asedio más famoso quizás sea el de Acre. Las tácticas y técnicas de los musulmanes son canónicas. Utilizaron zapadores y máquinas de asedio para destruir las fortificaciones y, una vez hecho esto, asaltaron el recinto. Los caballeros de órdenes militares, y el resto de defensores, se organizaron por secciones, para guardar tramos de muralla y torres especÃficas. Como curiosidad he de anotar que en determinadas ciudades amuralladas europeas se encomendaba la defensa de cada torre a un gremio concreto (zapateros, caldereros…), ya no todos los juegos podÃan permitirse la presencia de caballeros teutónicos, hospitalarios y templarios entre sus muros.
Por supuesto, se dan anomalÃas. Se registran batallas con un número muy elevado de contendientes, como la de los Cuernos de Hattin. Como digo, es un hecho inusual, y los acontecimientos inusuales suelen recibir más bombo. También es inusual el talento militar de Saladino, del que se dice que en esta batalla usó tácticas de guerra quÃmica (ahumó a los cristianos) y psicológica contra sus enemigos, además de hostigarlos con ataques propios de lo que hoy se llama guerra de guerrillas. Hay que puntualizar que este tipo de guerra no es una novedad propia de los siglos más recientes, ya que aparece de forma constante en la historia, y en ese periodo lo practican con especial relevancia los independentistas escoceses que menciono en el artÃculo (Bruce, Douglas, etc.). También hay que puntualizar que los cristianos efectuaron en Hattin varias cargas de caballerÃa, la táctica de oro en este periodo, que por muy poco no les aseguraron la victoria.
Quiero cerrar la respuesta con otra curiosidad. Parece ser que el ideal caballeresco europeo se gesta, en parte, en Tierra Santa, en homenaje al comportamiento de individuos como Saladino. Aparece en determinados registros que el lÃder musulmán envió fruta, nieve y médicos a Ricardo Corazón de León cuando supo que éste sufrÃa fiebres de campaña. También se dice que, al quedar descabalgado el inglés en la pugna por Jaffa, el hermano de Saladino le hizo entregar, en plena batalla, dos caballos árabes, para que no abandonase el combate.
Con esto, espero que las dudas queden satisfechas. Como siempre, recibiré encantado cualquier corrección o puntualización. Todos deseamos aprender, y cualquier momento es bueno para crecer con una crÃtica constructiva.