Muchas veces he hablado en el blog sobre algunas de mis rutinas y de los hábitos que he ido adquiriendo a lo largo de mi carrera como escritor. Lo hago no solo porque a los escritores nos encante hablar de nosotros y de nuestro trabajo, sino porque considero que ver cómo trabajan otros puede ayudarnos a encontrar nuestro propio modo de trabajo. Si no, ¿por qué tienen tanto éxito las biografías de los escritores entre los propios escritores?
Dicho esto, con este artículo, mi intención no es compararme con otros escritores de los que podéis aprender un montón leyendo sus biografías (aunque cuidado porque muchos eran nobles o burgueses y podían dedicar muchas horas diarias a la escritura). Mi intención, como decía, es intentar haceros reflexionar sobre vuestro propio proceso creativo y vuestra propia rutina. En algo tan subjetivo como puede llegar a ser la escritura, es muy importante conocerse y saber cuándo y cómo se puede extraer el mayor potencial de uno mismo. Y aquí no valen reglas matemáticas. Lo que sirve para un escritor, puede no servir para otro. Lo que os voy a contar aquí es mi experiencia y lo que, de momento, me funciona a mí. Porque si hay algo que tengo claro, es que esta rutina tiene que ser útil, no puede ser una losa, sino una ayuda. Si hay algo que no funcione o que se puede mejorar, debo estar abierto a dicha opción para poder incorporarla a mi rutina. Tal y como me ocurrió este verano con el reposo durante la escritura de un borrador.

Hace unos años concluí que la mejor manera en la que podía trabajar mis escritos era igualando mi rutina de escritor con mi rutina de trabajo. Lo hice así porque tanto mi trabajo como la escritura, me requieren de un esfuerzo mental y una concentración que son muy parecidas. Soy profesor de escritura, por lo que, además, durante el curso escolar tengo mucho contacto con la teoría de la escritura. Cuando he intentado escribir en vacaciones siempre me ha pasado lo mismo: al trabajar con una zona del cerebro parecida, no conseguía llegar a desconectar realmente del trabajo y no descansaba, por lo que, al final de las vacaciones, regresaba igual de saturado que antes. Sé que este es un caso muy particular, puesto que no todo el mundo tiene un trabajo tan íntimamente relacionado con la escritura. El caso es que si trataba de escribir en vacaciones, en seguida acababa asociándolo al trabajo y al cansancio y, por tanto, al no ser algo prioritario, lo acababa dejando. Además, a finales de curso suelo llegar ya con el cerebro frito y lo que más me apetece es desconectar, no sumergirme en un proyecto narrativo. Y eso que a mí me encanta mi trabajo. No quiero imaginar lo que debe ser para alguien a quien no.
Además, escribir durante el curso me hace aprovecharme de esas sinergias creativas que se crean en los cursos de escritura. Ver a mis alumnos escribir, motivarse e ilusionarse por sus proyectos, me empuja a que yo también me motive y escriba. Me resulta más fácil continuar con esa inercia durante el curso, aunque sea agotador escribir y trabajar, que alargar el periodo de esfuerzo intelectual a lo largo del año.
Por estas dos razones yo siempre hablo de rutina de escritura anual, aunque quizás a otros escritores, conozco unos cuantos, les compense mucho más encerrarse a escribir un mes o varios meses en vacaciones.

Mi rutina comienza en el mes de septiembre. Durante ese mes, a lo que me dedico es a planificar el proyecto. Lo más normal es que haya pasado el verano leyendo lecturas relacionadas con lo que quiero escribir y tomando ideas. Durante este mes lo que hago es poner esas ideas por escrito, darles forma, definir los personajes, sus conflictos, organizar la trama y el argumento, etc. También, si me da tiempo, realizo una prueba de narrador para poder comenzar con la escritura.
Si el proyecto no es muy largo (salvo este último, que me está llevando dos años, en todos me ha dado tiempo), suelo escribirlo entre octubre y junio. Quizás pueda alargarse a julio si me veo muy apurado, aunque no es lo ideal. Lo ideal es acabar en junio y dedicar julio a asegurarme de la forma del proyecto, el orden de los capítulos ( o relatos) y, si se puede, realizar una lectura rápida del proyecto en conjunto.
Después durante el mes de agosto me dedico a reposar el proyecto y a leer cosas relacionadas con él. En septiembre comienza el segundo año del proyecto. Me dedico a revisarlo, quizás dejo pasar incluso septiembre antes de retomarlo, hasta marzo (más o menos). Puedo llegar a hacer unas 4 revisiones. Reconozco que son muchas. Quizás con 3 sea suficiente. Una de ellas, al menos, la hago en voz alta. Después envío el texto a los lectores cero y en mayo y junio hago la última revisión con los comentarios que me hayan dado los revisores. Si se retrasan mucho, las hago en junio y julio. Y antes de irme de vacaciones, la envío.

Durante el periodo en el que la novela está en manos de los lectores cero, me dedico a dos cosas: a pensar en el siguiente proyecto y recopilar lecturas que me puedan servir y a buscar editoriales a las que les pueda interesar el proyecto. Así, cuando llega julio ya sé dónde enviarlo y tengo las lecturas de agosto preparadas para comenzar de nuevo el ciclo en septiembre.
Por supuesto, aunque parece que es una rutina muy rígida, no tengo ningún miedo en variar lo que haga falta para que el proyecto sea lo mejor posible. Hay veces que escribo relatos entre medias para desengrasar o que planifico antes la siguiente novela porque la historia me asalta, etc. También hay que tener en cuenta que probablemente el feedback de la editorial te llegue cuando estés con otros proyectos y debas dejarlo a un lado momentáneamente para hacer las últimas revisiones.

Como os digo, lo importante no es seguir el método a rajatabla, sino tener un método, una rutina. Encontrar tu manera de escribir y usarla de la forma que más útil te pueda resultar. Hay quien prefiere escribir por las mañanas, quien de noche, con música, sin ella, en una cafetería, en el parque, los fines de semana, etc. No hay una norma definitiva. Esta es la mía, me ha llevado unos cuantos proyectos establecerla, pero el esfuerzo y la reflexión sobre mi rutina ha merecido la pena sin ninguna duda. Os recomiendo dedicar un tiempo a esa reflexión y esa planificación.