Hace unos días se celebró en Madrid la primera Feria del Libro sin restricciones desde la pandemia y, cómo no, yo me pasee por allí para hacerme con unos cuantos ejemplares que acumular en mi estantería a la espera de ser leídos.

Mientras alimentaba mi tsundoku, me surgieron unas cuantas reflexiones acerca del modo en el que se consume la literatura hoy en día, sobre todo en nuestro país.

Como soy un ser mortal que necesita trabajar para pagar las facturas y escribir arañando tiempo, me acerqué a la feria únicamente en fin de semana. El buen tiempo (o el calor, mejor dicho), el fin de semana y la ausencia de la Feria durante dos años, hicieron que el espacio se llenara de gente paseando entre las casetas. Una alegría para la vista, la verdad. Y es que la Feria siempre me reconcilia un poco con el ser humano. Me pasó lo mismo este año cuando fui (por primera vez) a Sant Jordi, aunque en Sant Jordi me cayera una tromba de agua que ríete tú del diluvio universal.

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El caso es que el gentío de la Feria me pareció, a simple vista, una alegría. Estamos hartos de escuchar que en este país no se lee, que se escribe mucho más de lo que se consume y que hay más escritores que lectores. Este tipo de imágenes lo hacen a uno pensar que los datos no son reales. Por el simple hecho de que los datos no son tangibles y aquellas personas eran muy tangibles y tenían muchos codos.

Sin embargo, pasar unos minutos entre aquella marabunta me hizo darme cuenta de que la alegría que me había llevado a simple vista no era tal. La mayoría de aquella gente solo estaba paseando por la Feria. Muchos ni siquiera se acercaban a las casetas a ojear. Aquello me hizo pararme a reflexionar. ¿Qué me parecía aquella situación?

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La primera respuesta, a título personal, fue que me parecía mal porque estaban ocupando espacio y dificultando mi labor como cazador de libros. Además, participaban de un postureo que a mí me da mucha pereza siempre. Si no vas a comprar/ojear libros, ¿qué interés puede tener para ti entrar dentro de una masa de personas para malpasear? Sobre todo, tendiendo en cuenta que la Feria se celebra en medio del Retiro, precisamente en la parte menos «parque» de todo el recinto. Si yo quisiera pasear, no me iría, en absoluto, a esa calle del parque. Y menos ese día. El único interés, se me ocurre, es el de fingir que se hace una actividad cultural. Ir a pasar la tarde a la Feria del Libro es una actividad cultural, así que, aunque no participe de la Feria, puedo considerarme un poco más culto.

Eso fue lo primero que pensé, aunque después también le di una vuelta. ¿Era más cultural ir a la Feria a comprar libros que ir a pasear? ¿Cuál es la parte cultural? Al final, yo hice una visita comercial más que cultural. Es verdad que saludé a unos cuantos escritores conocidos y desvirtualicé a otros tantos, pero, después de todo: ¿realmente estaba «culturalmente» por encima de esos otros paseantes? Lo más probable es que los libros que compré aquel día no los lea hasta dentro de mucho tiempo. Quizás, además, aquellas personas sí que habían comprado libros o alternado con escritores y yo no lo sabía. O era gente que no tenía capacidad económica como para dejarse el dinero en ciertas compras y que después se pasa las horas en las bibliotecas.

¿Entonces?

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No tengo una respuesta formada sobre eso. Ni siquiera tengo una respuesta formada sobre la funcionalidad de la Feria en sí a la hora de ser transmisora de cultura (si excluimos, evidentemente, las mesas redondas y las charlas, que son, para mí, un anexo a la propia Feria). Quizás ni siquiera ese sea su objetivo y yo lo esté romantizando y esas charlas sí que sean, en realidad, parte central de la misma.

No tengo una opinión formada porque con el paso del tiempo me he vuelto menos radical y, sobre todo, menos rápido a la hora de formar y emitir juicios de valor. Del mismo modo que tampoco tengo una opinión formada acerca de esos paseantes, no la tengo acerca de los tiktokers y youtubers que tenían colas enormes de gente esperando a que firmaran sus libros. ¿Es esnobismo el despreciar esas firmas? Lo cierto es que jamás he leído nada de esos autores como para asegurar al cien por cien que sean de mala calidad.

Por otro lado, suele defenderse su presencia (incluso su publicación) aduciendo que estos autores traen nuevos lectores y son, en realidad, los que sustentan la vida de algunas editoriales para que les resulte rentable sacar otros libros más «literarios», pero con menos tirón. ¿Es eso verdad? No sé hasta qué punto. Esas editoriales en realidad no suelen buscar otros libros con los que llenar un vacío cultural, sino que, si pueden, buscarán otro nuevo tirón superventas como el del tiktoker. Del mismo modo, el consumidor de ese tipo de libros buscará, igual que lo hacemos todos, más libros similares a aquello que le gusta.

¿Entonces qué queda? Quizás separar estos productos en ámbitos distintos, pero quién es el valiente que se atreve a dibujar la línea. Como todos sabéis, yo soy profesor y escritor de (entre otras cosas) literatura fantástica, ciencia ficción y terror. ¿Qué me hace pensar que la línea se va a trazar en los tiktokers? Cualquier escritor o lector de género ha soportado en algún momento cierto desprecio por otros lectores de literatura generalista.

No sé. Reconozco que este es un artículo que no ofrece ninguna respuesta. Es, en parte, premeditado. Mi única intención es esta semana es haceros reflexionar vosotros mismos y que os hagáis preguntas. Quizás alguno de vosotros tenga la respuesta a todas estas reflexiones (por favor, hacédmela llegar), o quizás, en realidad, no haya una respuesta (o al menos no haya una respuesta correcta). En cualquier caso, el tiempo dictará sentencia y a los que somos como yo no nos queda otra que regresar a la Feria el año que viene y (esperemos) volver a darnos muchos codazos para acercarnos a las casetas.