En anteriores artículos os he hablado sobre el deseo de los protagonistas en nuestras historias y su importancia para la buena construcción de un relato o de una novela. Sin embargo, el concepto de deseo narrativo no se puede analizar correctamente sin ver, además, el de conflicto.

Para que tengamos un texto narrativo necesitamos un personaje que tenga un deseo, que quiera algo, y que luche por conseguirlo contra (al menos) una fuerza opositora. La fuerza opositora puede ser considerada también fuerza antagonista. Baste de momento con decir que existen.

Si nuestro personaje quiere algo y lo consigue, no estamos ante un texto narrativo, por muy bien escrito que esté. Hablaremos de una escena, un cuadro o, quizás, una anécdota, pero no de una narración como tal. Nos gustan las historias de gente que tiene que luchar por conseguir lo que quiere, no de gente a la que le viene todo dado.

Del choque que se produce entre el protagonista y la fuerza antagonista surge el conflicto narrativo. Ese conflicto será el que haga actuar a nuestro personaje y moverse para alcanzar su deseo. Es importante que dicho conflicto sea lo suficientemente fuerte como para obligar al personaje a actuar o a reaccionar de alguna manera, pero no tan grande como para impedirle cualquier tipo de acción. Cuando nuestro personaje actúe para superar el conflicto y se resuelva, llegaremos al desenlace de la historia, en el que se producirá, o habrá producido, un cambio en el personaje como consecuencia de su paso por dicha situación conflictiva.

Dicho esto, los conflictos que se pueden clasificar en tres categorías: conflictos internos, conflictos externos y conflictos de fatalidad. A continuación vamos a desgranar cada uno de ellos.

  • El conflicto interno es el conflicto más importante hoy en día en una narración. En el pasado era muy común encontrarnos con historias en las que el protagonista únicamente tenía conflicto externos, pero hoy en día nos interesa que, si hay un conflicto externo, esté apoyado o refleje lo que le sucede al personaje en su interior. Del mismo modo que hoy en día es inconcebible que un personaje no cambie al final de un conflicto, puesto que queremos ver cómo afectan los conflictos a los personajes de nuestras lecturas.
    El conflicto interno se produce cuando chocan la razón, los sentimientos y el cuerpo del personaje. Es decir, cuando no se coordinan el deber (razón), el querer (sentimientos) y el poder (cuerpo) del personaje. Un personaje puede tener conflictos con lo que debe hacer, lo que quiere hacer o lo que puede hacer. Imaginad un personaje que quiere correr una maratón, pero tiene ochenta años (quiere hacerla, pero no debe y probablemente no pueda) o un personaje que no asume su homosexualidad (quiere y puede serlo, pero cree que no debe). Hoy en día todos los conflictos externos suelen estar conectados con conflictos internos, puesto que esto va a dotar de profundidad a nuestras historias.
  • El conflicto externo, por su parte, es aquel en el que nuestro personaje va a chocar contra otros personajes. Esos personajes que comúnmente conocemos como antagonistas. Aquí me gustaría aclarar que un antagonista no tiene por qué ser «malo» tal y como entendemos la maldad más habitual. Un personaje cuyo deseo choque con el deseo del protagonista puede ser un antagonista sin implicar ninguna maldad. Imaginad dos estudiantes sin recursos luchando por la misma beca, por ejemplo.
    El conflicto externo está relacionado también con el querer, el poder y el deber. Imaginad una chica enamorada de un chico al que trata de conquistar. Ahí no encontramos ningún conflicto interno, nuestro personaje quiere, puede y debe conquistar al chico, sin embargo el chico no siente lo mismo por ella. Es un conflicto en el que choca el «querer» de la protagonista con el «querer» del antagonista. Si en el señor maratoniano de antes, es un médico el que le prohíbe realizar la carrera, estaríamos externalizando un conflicto interno, reflejándolo en otro personaje (en este caso, obviamente, el médico).
  • El conflicto de fatalidad es un conflicto menos utilizado porque normalmente hace que nuestro personaje tenga menos margen de actuación. Aquí hablamos de cualquier situación externa al protagonista que no pueda controlar. Por ejemplo un terremoto, una enfermedad o una institución (Universidad, Policía, Iglesia, Estado, etc.). Aquí el personaje actuará poco ya que muchas veces su lucha será en vano, pero otras veces puede servir como reflejo de otra situación. Aquí es más probable encontrar crítica social. Ejemplos de este tipo de conflicto como conflicto principal son El proceso de Kafka o la película Lo imposible. Es muy importante no ahogar del todo al protagonista con este tipo de sucesos. De nuevo, estos conflictos estarán relacionados con el poder (enfermedad o catástrofe natural), el querer (grupos de amigos o el conflicto de La Regenta con el qué dirán) o el deber (cualquier enfrentamiento con el Estado o la Iglesia).

Por último, es importante matizar que no es necesario que en una historia aparezcan todos los conflictos. Si hablamos de relato, por ejemplo, lo más probable es que solo encontremos uno de ellos y que, de nuevo probablemente, sea un conflicto interno. En una novela, por el contrario, es habitual encontrar varios, sobre todo secundarios que se vayan resolviendo a lo largo del argumento, y que esos conflictos más pequeños sirvan para resolver el conflicto importante del protagonista (que casi siempre suele ser interno también). La cantidad de conflictos que introduzcamos depende de la profundidad y complejidad que queramos darle a la historia y del espacio narrativo que queramos que ocupe. También hay que poner estos conflictos en relación con el deseo del protagonista y el tema de la historia para comprobar su idoneidad.

Como veis, todos los conceptos están relacionados, de ese modo podemos tener una visión unitaria de un relato en lugar de percibirlo como la suma de todos estos elementos. Elementos que, por cierto, hay que tener en cuenta en la planificación y en la revisión, pero no en la escritura. Recordad que la mayoría de ellos los tenemos interiorizados y los realizamos de forma consciente porque tenemos una formación narrativa.