Hay pocas cosas más inseguras que un escritor. Hay pocas cosas más seguras que un escritor. Y entra esas dos afirmaciones se mueve siempre la escritura y el estado anímico de los escritores. Al menos los míos. ¡Qué maravilla estoy escribiendo, le va a encantar a todo el mundo!, ¡Qué tontería estoy escribiendo, esto no le va a interesar a nadie! Si te reconoces en alguna de estas expresiones, o en las dos (seguramente), no te preocupes, no estás solo ni te ocurre nada malo. Simplemente eres escritor.

Bueno, al menos eso pienso yo. En estas cosas, mejor que filosofar es hablar de la propia experiencia y dejarla aquí por si a alguien le fuera de utilidad. Si algo he aprendido en mi carrera como escritor, es que compartir las penas y las preocupaciones del proceso creativo nos ayuda a superarlas y a ponerlas en contexto. Es decir, nos sirve para ver al monstruo con su tamaño adecuado, desde lejos, y no desde la punta de la nariz.

Como ya sabéis (porque soy muy pesado), me encuentro en el proceso de revisión de un proyecto bastante complicado, y ambicioso. En la escritura de este proyecto he pasado por muchas etapas, puesto que me está llevando más tiempo de lo habitual (y me ha pillado una pandemia de por medio). Ese tiempo y esas etapas me han hecho observar de una forma más clara lo que yo llamo los ciclos de confianza del escritor.

Los ciclos de confianza del escritor, Itinerario de Literatura Fantástica, Terror y Ciencia Ficción, Escuela de Escritores,-IMG1-82

El escritor trabaja con distintos tipos de confianza según el momento creativo en el que se encuentre. Algunas de ellas, incluso, atraviesan todo el proceso de escritura. La principal es, evidentemente, la confianza en las cualidades escritoras de uno mismo. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez si será capaz de acabar o de llevar a cabo ese proyecto o idea que tiene en la cabeza? Dudar de uno mismo es casi una obligación cuando se escribe. Es verdad que con el tiempo y con varios proyectos a la espalda, esa desconfianza puede disminuir, aunque nunca llega a desaparecer. Al menos a mí aún no me ha pasado.

También podemos dudar de la propia idea, del tema o del argumento, incluso del protagonista. ¿A quién le va a interesar esto aparte de mí?, ¿por qué van a encontrar esto atrayente? Es verdad que es interesante hacerse estas preguntas cuando estamos planificando el proyecto, pero nunca como un ataque a la confianza, sino como una revisión de la idea, una manera de asegurarnos de que estamos poniendo en ella todo lo que debemos poner. Es sorprendente cuando, al ser interrogado por otros amigos escritores sobre sus ideas, siempre les digo que si su proyecto les interesa y les enamora a ellos, seguramente pase lo mismo con los lectores; y, sin embargo, nunca termine de creérmelo para mis propios proyectos. En casa del herrero…

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Si consigues superar todos esos escollos, llegan las dos confianzas que se dan una vez el proyecto está acabado: el síndrome del impostor y la desconfianza en la calidad de lo que hemos hecho. En el primero, el lector sufre de un miedo atroz a que la gente lea su obra y descubra que en realidad no sabe escribir. Tanto si el lector considera que la obra es buena o mala, el impostor nos hará pensar que o bien nos ha salido algo bueno de chiripa, sin saber cómo ha sido y sin posibilidad de repetirlo; o bien nos hará pensar que nos ha salido algo malo porque no valemos para escritor, porque no somos escritores, solo fingimos serlo. Este síndrome es muy común, sobre todo entre la gente que comienza a escribir, y es común a casi todas las actividades y artes. Para superarlo, hay que regresar una y otra vez a la confianza en la intuición. Si a ti la obra te satisface, ha cumplido sus expectativas y, por lo tanto, no eres un impostor. Otra cosa es tener un ego inflado y no dejar paso a la mejora o a las críticas. Hay que encontrar el equilibrio justo, evidentemente.

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En cuanto a la desconfianza en la calidad de lo que se ha escrito, lo que se genera es una seguridad total de que lo que se ha producido está mal. Como hemos trabajado tanto en el proyecto, nosotros notamos todos los recortes, cambios, movimientos y correcciones del texto. Pensamos que ha perdido su naturalidad, su viveza y su frescura. Esto se da porque estamos demasiado dentro de la obra. En estos casos es igual de mala una desconfianza absoluta, pues hará que la obra no resulte atractiva para la gente, que una confianza exacerbada. Demasiada confianza colocará las expectativas del lector en un lugar inalcanzable para nuestro proyecto, produciendo, siempre, una decepción.

En todos estos diferentes tipos de confianza, es normal pasar por una montaña rusa que nos lleve de la confianza absoluta a la mayor de las desconfianzas mientras escribimos. A mí me sucede. Hay días en los que mientras escribo pienso que lo que he escrito no sirve para nada y, al revisarlo días después, descubro que en realidad estaba muy bien escrito y que funciona. O al revés. Hay días que salgo muy contento de la sesión de escritura y luego descubro que en realidad no era para tanto. Con este proyecto, me pasa al revisar. Hay veces que al terminar estoy deseando poder enviar el proyecto fuera, a los lectores beta, a las editoriales, etc. para que disfruten con lo que he escrito. Y en otras ocasiones, me dan ganas de guardar el proyecto en un cajón y que nadie lo vea porque van a descubrir que no he sido capaz de lograr lo que quería hacer, que he sido demasiado ambicioso y, en realidad, me he quedado a medias.

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¿Qué hacer con estos ciclos?, ¿a quién creer? Probablemente a ninguno de los dos. Lo más seguro es que nuestra obra no sea todo lo buena que a veces creemos que es y, por supuesto, nunca es tan mala como queremos hacernos creer otras veces. Lo importante, y lo único que debemos buscar, es que sea una obra que sintamos nuestra, en la que hayamos puesto todos nuestros conocimientos y nuestra creatividad. Si sentimos eso, da igual que confiemos o no confiemos porque importará menos que la obra sea «buena» para los demás y será la mejor obra que podamos escribir en ese momento.