Por Aitor Díaz

No los vimos venir. Un bien día estábamos mirando al cielo, esperando ver al cruzado de la capa o a aquel que no es un avión ni un pájaro ni una cometa, y ocurrió. Nos rodearon de repente. Salieron de las pantallas y de los libros, invadieron los comics, las cajas de cereales, y no nos dejaron ninguna escapatoria. Caímos en sus garras sin oponer resistencia. Fuimos presa de sus pasados traumáticos, de su oscuro sentido del humor, y antes de que pudiéramos darnos cuenta, ya los adorábamos. Y es que los villanos nos pillaron por sorpresa. Este es su momento, su revolución.

Porque, ¿acaso no nos interesa más el Joker que Batman? ¿No se llenan las salas para ver las últimas entregas de El Escuadrón Suicida o Cruella? ¿Y qué me decís de The Boys? Ahora el cine y las series están pobladas de antihéroes, villanos y psicópatas. Antes eran los malos. No quedaba ninguna duda de su naturaleza, eran los antagonistas por excelencia, pero ahora han tomado el poder y reclaman ser el centro de la acción, algo que, en el fondo, nos gusta e inquieta a partes iguales.

Sí, todos estamos de acuerdo en que los villanos son más divertidos que los héroes. Ver a Loki tergiversando la realidad o manipulando a Thor es muchísimo más gracioso que escuchar las perogrulladas del Dios del Trueno, pero algunos se preguntan, y no sin razón, qué ha sido de nuestros valores éticos. Recuerdo que cuando se estrenó Joker, hubo gente que aplaudió en el cine al concluir la película. Gente que aplaudía a un psicópata que mataba por el mero hecho de ser diferente, porque «el mundo lo había hecho así», como si su ascensión a la villanía y la locura fueran algo loable que hubiera que celebrar. Tras ese aplauso, surgieron muchos debates. Y es que, ¿acaso no somos un reflejo de la ficción que consumimos? ¿Si ahora sentimos atracción por el demonio, como decían Los Stone, no estaremos más endemoniados que nunca?

Pues sí, sin duda hemos cambiado. Ya no tenemos la misma visión idealista del mundo, no soportamos los personajes benevolentes, los consideramos tontos e ingenuos, y es que hemos vivido demasiadas cosas últimamente como para tolerar un hombre de acero que jamás comete una irregularidad moral. Reconozcámoslo, no somos perfectos. Todos encerramos sentimientos turbios. Normalmente los mantenemos cautivos bajo llave y por eso resulta tan satisfactorio ver a nuestros queridos villanos haciendo las barbaridades que nunca seriamos capaces de hacer. ¿Quiere esto decir que ahora somos todos unos psicópatas? ¿Qué la sociedad ha degenerado y que nuestros valores están por los suelos? Pues en mi opinión, sí y no. Puede que lo que ocurra es que ahora toleremos la maldad mucho mejor que nunca y eso ha permitido que evolucionemos intelectualmente. Ahora ya no aceptamos que el blanco sea blanco puro, blanquísimo, y somos conscientes de que si una luz es muy brillante, más alargadas serán sus sombras. Hemos aprendido a convivir con esa parte de nosotros mismos que a veces asusta. Ese pequeño diablo travieso, la voz que susurra en la oscuridad, y al cohabitar con esa mitad tenebrosa hemos descubierto una parte oculta de nuestra propia naturaleza.

Los villanos han llegado para quedarse. Han tomado el relevo a los héroes sin que estos se den cuenta, los han derrotado con astucia, muy despacio, aprovechando los pequeños resquicios de oscuridad de nuestros corazones. Así que saquemos partido. Aprendamos de la maldad, obtengamos lecciones que jamás habríamos podido aprender de seres de una ética intachable y perfecta. Tenemos la oportunidad de ser malos durante un rato, así que, ahora que nadie mira, ¿por qué no cometer alguna fechoría que otra?

¡Larga vida a los malvados!