Esta semana voy a escribir el artículo totalmente desde mi punto de vista personal y basándome en mis experiencias, pero, por lo que he podido comprobar con otros escritores, creo que os va a ser de mucha utilidad aunque sea por sentir que no estáis solos en esto de la escritura.
Me considero un escritor bastante constante y consciente de sus capacidades y de lo que hace a la hora de escribir, lo cual no evita (ojalá) que tenga mis momentos de duda, de síndrome del impostor y de la hoja en blanco. En el momento de escribir este artículo llevo varios meses sin acercarme creativamente a un folio, sin ir más lejos, aunque, creo, este caso concreto no tiene nada que ver con lo que os he venido a contar hoy.
De lo que me gustaría hablaros es de la inseguridad que siempre, siempre (¿lo pongo en mayúsculas?), SIEMPRE, acompaña al oficio literario. Me gusta decirles a mis alumnos que los escritores somos como Campanilla, el hada de Peter Pan, que necesita que la gente crea en ella para no morir. Los escritores somos así. Necesitamos que crean en nosotros o el monstruo de la inseguridad nos devorará y nos paralizará hasta impedirnos escribir una sola palabra.
Hablando siempre desde mi experiencia, la inseguridad puede atenuarse, controlarse de alguna manera con la experiencia y el aprendizaje, pero nunca llegar a desaparecer. Por lo que he hablado con otros compañeros, ellos piensan exactamente como yo.
La sensación de inseguridad deriva de que el oficio de la escritura necesita de un feedback exterior para ser totalmente validado. Es imposible, puesto que la escritura nunca será como las matemáticas, que podamos demostrar que lo que escribimos es bueno o malo mediante la aplicación y la comprobación de reglas. En cualquier caso, podríamos demostrar que el texto es eficaz o no lo es según el objetivo que nos hayamos buscado como escritores. No me gusta mucho emplear el binomio bien/mal o bueno/malo cuando hablo de una modalidad artística puesto que la subjetividad, tanto del emisor como del receptor, influyen en el mensaje que se está transmitiendo. Dejando de lado esas cuestiones, la idea central es que el artista, el escritor en este caso, casi nunca sabe si lo que está haciendo logrará su objetivo.
Esta inseguridad se puede atenuar mucho con el aprendizaje de la escritura, con el dominio de las técnicas narrativas. A mí me ha pasado. Cuando alguien pone en duda un punto de mi escritura puedo analizarlo de manera más o menos objetiva y decidir si esa persona tiene razón o si, a pesar de que ese punto existe en mi texto, decido dejarlo porque persigo otro objetivo diferente con ello. Sin esta capacidad, por ejemplo, dudo que hubiera podido afrontar las correcciones de estilo de mis novelas sin derrumbarme, pensar que no sirvo para nada y ponerme a llorar en un rincón del cuarto mientras me balanceo de forma descontrolada.
Otra inseguridad a la que nos enfrentamos los escritores es la evolución. Un amigo, creo que sin mala intención, me preguntó si yo pensaba que mi segunda novela publicada era mejor o peor que la primera. Yo las consideraba distintas. Es cierto que comparten el mismo género, pero los objetivos que yo buscaba como escritor con cada una de ellas no son los mismos. Con la primera buscaba una experimentación estilística que en la segunda ni me plantee, pues me centré mucho más en el argumento y en el desarrollo de personajes. Yo no me había parado a considerar que podrían compararse, pero el comentario de mi amigo me hizo darme cuenta de que probablemente mucha gente lo haría. Boom. Inseguridad. ¿Se supone que si había experimentado formalmente en la primera debía dar otra vuelta de tuerca en la segunda?, ¿he abandonado una intención estilística porque no puedo superar la escritura de la primera?, ¿me repito?, ¿voy a perder lectores?, ¿y si se piensan que soy como el asno que hace sonar la flauta por casualidad? O lo que es peor: ¿Y si lo soy?
Después de respirar en una bolsa de papel durante varios minutos, le dije a mi amigo que yo no podía decir eso, que para mí eran diferentes y que las dos estaba escritas como mejor había sabido hacerlo en cada momento de mi carrera. Y es la verdad. Y es la única respuesta que se debe dar y, además, debemos repetirla hasta que nos la creamos. Mis alumnos tienen mucha presión al comienzo de las clases porque tratan de traer textos «bien» hechos, perfectos. Lo primero que trato de enseñarles, pues considero que es fundamental reforzar la confianza del escritor desde el principio, es que no existen los textos perfectos. Ninguno. No hay más que hablar. Su objetivo no debe ser ese, sino el ser siempre el mejor escritor que puedan. Sin más.
Por eso mismo no me gusta compararme con otros escritores. ¿Qué más da si Menganito a los treinta ya tenía seis novelas y había vendido dos millones de ejemplares? No soy Menganito.
Y sé lo que estáis pensando: Qué bonito, todo, qué de frases motivacionales robadas de fotos de Instagram en atardeceres, qué inservible… Y es verdad. Todo lo que digo es cierto, pero eso no lo convierte en sencillo ni hace que podamos interiorizarlo. Si analizamos conscientemente nuestra carrera leyendo este artículo entendemos que es así, que no debemos presionarnos más que lo justo para que la pereza no nos haga procastinar más de la cuenta, pero también entendemos que en cuanto cerremos la pantalla y abramos el documento de nuestro proyecto, esa voz cuestionadora va a seguir allí, gritándonos al oído que somos un fraude. Y en esa batalla estamos todos solos.
Lo único que se puede hacer para vencer a esa hidra de mil cabezas que es la inseguridad es armarse bien y defenderse bien. Un buen escudo hecho de experiencia, una armadura cosida con rechazos y una espada forjada con el aprendizaje de las técnicas narrativas. Solo eso puede arrinconar a la bestia y hacer que dormite. Se despertará muchas veces, MUCHAS, sobre todo cuando nos pille con la guardia baja o cuando los demás la hagan despertar con sus comentarios, pero cada vez la podremos dominar antes.
No se la puede matar, pero se la puede vencer.
Excelente, Alejandro. Gracias.
Conozco gente que detesta a Asimov. Por fortuna, los libros de Asimov, que no leen a los críticos o a quienes los detestan, siguen por ello, circulando por casi todo el mundo y en buena parte de los idiomas conocidos.
Por su parte, en el otro extremo, tenemos a un Kafka que se dejó dominar parcialmente por la crítica y la autocrítica. De no ser por su amigo Max Brod, nos hubiéramos perdido de una obra extraordinaria.
Un abrazo,
Diego
Muchas gracias por tu comentario, Diego 🙂
Una posibilidad es que seamos un fraude… Bueno, yo no, que yo no soy escritor…
No estoy tan de acuerdo en eso de que no se puede hablar de bien y mal en una disciplina creativa; si todo se redujese a cumplir un objetivo, entonces los cuentos que escribe mi sobrino, que cumplen su objetivo cuando se los lee a sus amigos, a gente de su edad, serían aceptables. Y aunque quiero mucho a mi sobrino y sus cuentos cumplan su objetivo, lo cierto es que, dicho esto con todo el respeto del mundo, no creo que escriba bien ni creo que vaya a escribir bien en un futuro y ni se me pasaría por la cabeza compararlo con Cervantes o Baroja, o, mejor dicho, ni se me pasaría por la cabeza considerarlo a esa altura o a una altura aceptable ni tan siquiera en el futuro…
No, yo creo que esto de evitar hablar de la calidad es otra forma de combatir la inseguridad del escritor. Solo que es una forma tramposa y, si se me permite, indulgente. ¿Cuál es el objetivo, cuál debería ser, mejor dicho? Escribir muy bien, lo lean a uno o no lo lean, cumpla o no sus objetivos. Si uno no puede escribir como Cervantes, como Aldecoa, como Baroja… por nombrar a algunos que me gustan, mejor que se dedique a otra cosa… Mejor que supere su ego y acepte que, no, aunque tenga público y haya cumplido un objetivo, no se trata de esas cosas, sino de ser bueno. Y ser bueno no es algo sujeto al «relativismo» del objetivo. Hay escritores buenos que probablemente no gusten a los críticos; pero seguro que admitirán que son buenos. Y hay grandes escritores a quienes les costará un imperio publicar, o que pasaron desapercibidos, como Kleist…
Y perdón por la extensión y por si he parecido un poco brusco; pero es lo que pienso… Por cierto, no tengo sobrino; era para hacerme entender… 🙂
Muy bonito el símil de Campanilla. Es cierto, creo yo: si no creen en el escritor, el escritor se muere… Depende también de quién sea el que expresa su opinión porque no es lo mismo una persona con conocimientos y cierta sensibilidad que alguien que lee simplemente para entretenerse. Y ya me callo.
Saludos.
Gracias por pasarte y dejarnos tu opinión 🙂