Todos tenemos en la cabeza la mítica idea del escritor devoto y dedicado a su trabajo que desde que se levanta hasta que se acuesta está pensando en historias y trabajando incansable en sus textos, pero todos sabemos, cada vez más, que se trata de una imagen idílica. Gracias a los dioses de felpa. La realidad del escritor es otra muy distinta. La mayoría de los escritores tenemos que lidiar con muchas otras actividades que no tienen que ver con la escritura para poder comer (y para poder escribir, dicho sea de paso). ¿Por qué no usar esas actividades ineludibles para nuestra escritura? Hoy os vamos a proponer que convirtáis una desventaja en un apoyo.
Es cierto que la línea entre obligaciones extraliterarias y procastinación es muy pequeña. Tanto que a veces ni siquiera habrá línea y todo dependerá de la actitud con la que encares la actividad que realices. Desde aquí no te propongo que te dediques a perder el tiempo porque sí, aunque a veces puede resultar mucho más provechoso de lo que pueda pensarse.
Para un escritor corriente, más aún si tiene que compaginar la escritura con otro trabajo, siempre va a haber obligaciones que le hagan dejar de lado la escritura y que llenarán su cabeza de tareas y remordimientos. ¿Quién no se ha sentado a escribir con un oído puesto en la lavadora para tenderla nada más terminar?, ¿o quién no se ha levantado del escritorio porque no podía dejar de pensar en los platos sucios del fregadero? Es increíble lo mucho que nos apetece recoger la mesa o lo sucia que nos parece la ventana cuando nos ponemos a escribir. Cuidado, ahí está la procastinación. Una cosa es tener que fregar los cacharros después de comer y otra distinta es ponernos a hacer un pastel.
Yo hoy os voy a hablar de aprovechar el tiempo cuando realizamos actividades que no podemos dejar de hacer, por ejemplo: Cocinar, lavar los platos, hacer la cama, ir a buscar a los niños al colegio, ir al trabajo (al que paga las facturas), ducharte, etc. Sé que habrá gente que pensará que hacer la cama, por ejemplo, no es tan obligatorio como pienso yo. Bueno, afortunados ellos que pueden ponerse a escribir sin que una vocecilla en la cabeza repita constantemente: «Tienes la cama sin hacer».
Sean las que sean, todos tenemos siempre muchas obligaciones mecánicas que no podemos eludir. Y digo mecánicas porque no os pido que aprovechéis las reuniones con el jefe o los trayectos conduciendo, sino tareas en las que la mente pueda estar pensando en otra cosa sin poner en riesgo vuestra seguridad o vuestro sueldo.
En el artículo que escribimos en Centauros sobre el bloqueo, os recomendaba salir a pasear o hacer ejercicio para despejar la mente y encontrar algún disparador creativo (aquí el artículo) precisamente por las mismas razones por las que os recomiendo emplear provechosamente los tiempos muertos de las obligaciones mecánicas. Mientras se está paseando o corriendo, la mente puede evadirse y concentrarse en otra cosa. Otra cosa que puede ser, por ejemplo, esa escena que aún no hemos escrito y que no tenemos claro cómo llevar a cabo.
Lo cierto es que las tareas mecánicas ayudan a la concentración y a la evasión de la mente. Mientras un lado del cerebro está ocupado realizando una acción, la otra, la parte creativa, puede ponerse a trabajar en lo suyo.
Yo, personalmente, aprovecho los momentos fregando los platos para estructurar lo que voy a escribir cuando me siente frente al ordenador. Mi hora ideal para escribir es la mañana, pero he aprendido a dejarlo hasta la tarde, que es cuando ya me he liberado de mis tareas para tener la mente despejada. Entonces aprovecho el momento fregadero para organizar las ideas y para planificar en la cabeza el capítulo o la escena que vaya a escribir.
Si tenéis un blog, los platos sucios son un momento ideal para realizar una lluvia de ideas. Yo casi siempre elijo los temas del blog cuando estoy en la cinta andadora del gimnasio porque fregando me gusta pensar en la novela que estoy escribiendo, pero podría hacerlo al revés sin ningún problema. De hecho, como ya habréis adivinado, la idea y estructura de este artículo se me ocurrió fregando los platos.
Otras cosas que podéis hacer mientras realizáis estas tediosas actividades domésticas son, por ejemplo, planificar la personalidad de un personaje, examinar la estructura de un relato o una novela, pensar un buen final para una historia, planificar tramas, etc.
Recuerdo que cuando vivía fuera de Madrid y tenía que realizar un viaje de una hora de casa al trabajo todos los días, llevaba siempre conmigo una libreta (la sigo llevando aunque vaya a la vuelta de la esquina) y aprovechaba el trayecto para crear perfiles de personajes basándome en la gente que veía o para concretar los capítulos generales en los que había dividido la novela en escenas. Es cierto que en trayectos tan largos casi siempre aprovechaba también para leer, pero una página a la semana mínimo se llenaba en la libreta.
La libreta a mano, obviamente, es un elemento indispensable de esta teoría del aprovechamiento del tiempo. Sé que no os descubro América y que probablemente sea en la ducha (y no en la almohada como nos quieren hacer creer) donde toméis las decisiones importantes, pero no quería dejar de mostraros mi punto de vista por si alguien se siente identificado con él o por si le sirve de inspiración a algún escritor que se sienta frustrado por no poder aprovechar el poco tiempo disponible que le deja la vida para escribir.
Usar estos momentos muertos para planificar o para generar ideas o para recoger esbozos puede ayudaros a fortalecer la concentración. Así, cuando os sentéis a escribir, os centraréis en seguida en lo que estáis haciendo y os cundirán mucho más esos minutos que habéis conseguido arañarles a las obligaciones.
¿Qué os parece?, ¿también aprovecháis esos momentos muertos para poner en orden las ideas?