Ayer escribÃ. Ayer volvà a escribir. Llevaba un par de meses sin hacerlo por culpa de un pico muy alto de trabajo y falta de tiempo. Pero ayer me senté, retomé el proyecto que habÃa empezado varios meses antes y que llevaba planificando mucho más y escribÃ. Y me sentà genial. Todo fluÃa. Ayer escribà y se lo conté a todo el mundo. Ayer escribà y hubiera escrito mucho más si no lo hubiera estado contando.
Cuando me di cuenta de eso, de que a veces cuando estaba escribiendo estaba pensando en las ganas que tenÃa de decirle a todo el mundo que habÃa vuelto a escribir, decidà que tenÃa que escribir este artÃculo (sÃ, con todos esos escribir). Y que tenÃa que hacerlo para entender por qué tuve esa necesidad de compartir lo que habÃa hecho.

Bien es cierto que yo ayer, simplemente, podÃa justificar ese deseo de compartir con la felicidad que sentÃa. Aquellos que hayáis estado un tiempo sin escribir sabéis perfectamente la efusión que uno siente cuando consigue salir del bloqueo o, por fin, poder sentarse a retomar un proyecto. Porque al final la falta de tiempo para escribir suele llevar a un bloqueo. Cuando uno lleva mucho sin tocar un proyecto tiende a pensar que, quizás, el proyecto sea demasiado o que, por el contrario, no valga la pena. Yo veÃa que cada dÃa sin escribir me separaba un paso del proyecto, que iba olvidando a los personajes, los ambientes. Me veÃa incapaz de recuperar la voz y ya no encontraba ni la razón por la que aquella historia me parecÃa interesante en un primer momento. Y allà estaban todos los dÃas los esquemas y las fichas que habÃa hecho del proyecto, colgadas delante del ordenador en un corcho, mirándome con superioridad. Y cuando un dÃa decides parar esa espiral y coger las riendas, ese dÃa tienes que contárselo a alguien. Ayer le hubiera contado hasta a la taquillera del metro que habÃa escrito de nuevo si no hubiera tenido a nadie cerca con quien compartirlo. Y está bien. Creo que esa necesidad es sana y, al menos en mi caso de ayer, comprensible.
Hasta aquà todo bien. Pero, ¿qué ocurre cuando esa comunicación se vuelve compulsiva? Todos conocemos (y seguro que os vienen un par de nombres a la cabeza al leer esto) a algunos escritores que no paran de hablar de sus textos en redes sociales. De colgar posts en los que hablan y debaten sobre las ideas de las cosas van a escribir. Pero, ¿lo van a hacer? Sigo a un chico que lleva casi dos meses hablando a diario sobre un relato y sus personajes. Ha hecho encuestas sobre los nombres de los personajes, sobre la ambientación, sobre el argumento y el final. ¿Eso es escribir? No sé aún si ha colocado una palabra detrás de otra. Ha planificado el relato, probablemente, pero lo que principalmente ha hecho ha sido hablar de lo que va a escribir. No me malinterpretéis, no estoy dudando de las capacidades de este o de cualquier otro escritor (y mucho menos diciendo que las mÃas sean superiores), pero creo que a este tipo de personas hace falta que alguien les diga que no están escribiendo. Que es muy bonito el encontrar una comunidad con la que compartir lo que haces, que la escritura es muy solitaria y blablablá, pero que no está escribiendo. Y, lo más importante, alguien deberÃa decirle que se plantee por qué no lo está haciendo.

Hay que tener cuidado con estas actitudes porque pueden derivar en una falsa sensación de escritura. Creer que estamos escribiendo cuando no lo hacemos. Engañar a nuestro cerebro para no sentirnos mal por no escribir. Y eso puede ocultar por detrás un gran bloqueo. O llevar a frustraciones o a problemas de inseguridad. Como cualquier aspecto de las redes sociales, el compararnos con los demás es un problema que también tiene la escritura. Vemos que los escritores dicen lo que escriben, comparten sus proyectos. Si no tengo nada que compartir, ¿significa que no soy escritor?, ¿significa que lo soy si lo comparto? Al final todo esto redunda en encontrar el apoyo y la aprobación de los demás. Igual que cuando se sube una foto. El problema viene cuando no somos conscientes de eso. Porque hay gente, yo la he conocido y en redes sociales abunda bastante, que solo escriben para buscar la aprobación de alguien, para sentirse querido. Hoy en dÃa, con las redes sociales, ya no es necesario ni siquiera llegar a escribir de verdad. Con decir que estás escribiendo, que tienes problemas con el proceso creativo, con la estructura, con la trama, con decir que estás bloqueado; ya vale.

Y soy el primero que comparte tweets y post en Facebook contando mis penas con la escritura (Hola, ¿y este artÃculo?). Lo sé. Y me reconforta saber que hay alguien allà que entiende lo que quiero decir, que está en mi situación. Pero eso no es escribir y soy muy consciente de ello. Y también soy consciente de que no forma parte del proceso creativo, de que si, los dioses de felpa me oigan, las redes sociales desaparecen un dÃa, yo voy a seguir escribiendo y escribiendo porque es lo que quiero hacer y porque disfruto con ello. Aunque no tenga ningún «me gusta».

Yo ayer no quise compartir mi felicidad en las redes sociales, sino entre mis amigos. Y no lo hice porque hubiera llegado a esta reflexión (a ella he llegado esta misma mañana pensando en el contenido del artÃculo). Lo hice porque era una alegrÃa muy hogareña, muy cercana, que solo quise compartir con la gente que estaba a mi alrededor, los que sabÃan lo mal que lo habÃa pasado estos meses sin escribir a pesar de que no hablara de ello. Porque a veces hablar del demonio lo hace real y lo convoca. Si no se habla de bloqueo, quizás no exista. Pero eso no es asÃ. Hablar del demonio no lo hace real, al igual que hablar de que escribes no hará, tampoco, que lo hagas.