Cada vez tengo más claro que escribir es una cuestión de toma de decisiones. Sí, claro, está todo el rollo este de la inspiración, el artista, la belleza de las palabras, etc. Pero, después de todo, no deja de ser más que tomar decisiones.

Se elige la trama, el argumento, los personajes, la ambientación, la extensión, los recursos de composición con los que se va a contar la historia, el tono, el género, el tema e, incluso, si queréis poneros finos, se eligen también las palabras de cada una de esas frases.

Es cierto que la mayoría de esas decisiones las tomamos en un conjunto cuando estamos planificando o esbozando la obra; o de manera inconsciente (como el tono y la mayoría de las palabras una vez hemos interiorizado el narrador). Sin embargo, otras de esas decisiones han de ser tomadas de forma muy consciente y es ahí donde entra en juego el verdadero saber hacer del escritor.

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¿Por qué? Por la sencilla razón de que es ahí donde activamente modificamos lo que estamos escribiendo, donde somos nosotros los que dirigimos y controlamos la escritura. Es muy bonita la idea de la musa y el sentarse a escribir cuando uno se siente inspirado o con ganas de hacerlo. Pero esa musa no debe confundirse jamás con vaguería o con poca implicación con el proyecto que tenemos entre manos.

Hablo de esto porque estoy inmerso en un proceso de revisión de una novela en la que llevo trabajando ya unos años y que me está costando más de lo que pensaba (aunque también me está haciendo sentir más orgulloso de lo que creía). En este proceso he tenido que tomar algunas decisiones importantes. La principal de ellas es: el orden en el que contar lo que quiero contar.

La historia principal no debería darme muchos problemas, porque es una historia lineal que voy a contar en orden cronológico alternando los narradores de los cuatro protagonistas. Ojo, que problemas me ha dado ya bastantes con esos narradores, me refiero a problemas a la hora de ordenar el texto.

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El proyecto es una mezcla entre un libro de relatos y una novela. O, mejor dicho, la suma de las dos cosas. Esa rareza, la existencia de varios narradores protagonistas y un par de capítulos extras, es lo que ha hecho que en esta novela no pudiera dejarme llevar por la inspiración. El orden de los capítulos, como decía antes, me está dando muchos quebraderos de cabeza porque no estoy seguro de si debo ordenar cronológicamente algunas partes y otras no. He tomado la decisión de hacer varias pruebas. La primera de ellas con la idea que creo más va a beneficiar al texto. Pero soy consciente de que quizás no funcione y deba probar otro orden distinto. El efecto que quiero provocar con la lectura es muy concreto y eso hace que la recepción de las acciones, los personajes y los entornos deba producirse en un orden concreto. Orden que aún no conozco, evidentemente. Pero estoy tranquilo porque he asumido mi decisión y sé que al final merecerá la pena.

Ha sido un libro escrito con la cabeza mucho más que con el corazón. Un libro planificado. En semejantes proyectos, es impensable ponerse a escribir sin más para ver dónde te lleva la idea.

Y es con él con el que he llegado a esa conclusión de la toma de decisiones. No me ha quedado más remedio que ponerme a los mandos de mi historia y hacer que se fuera exactamente por donde yo quería que fuera. Me ha costado mucho. Sobre todo, al comienzo, porque pensaba que estaba matando la historia, que estaba naciendo ahogada, sin vida ni magia. Más adelante, cuando me he puesto con la revisión, he visto que no era así. Es solo una impresión que me daba a mí porque ya conocía la historia. Lo que necesitaba era, precisamente, alejarme un poco de ella.

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He acabado el primer borrador y sigo tomando decisiones importantes. En realidad, casi todas las decisiones que se toman a la hora de escribir son importantes. Un cambio en un personaje o en un capítulo puede afectar al proyecto entero. Por eso da tanto miedo tomar el control. Si no lo hacemos, parece que la responsabilidad no es nuestra, si algo sale mal. Del mismo modo que es sencillo sentirse un impostor si todo sale bien. Tomar conciencia de ello y asumir las responsabilidades de tu texto también forma parte de la madurez de un escritor y de su relación con el proyecto.

Esto no quiere decir que a partir de ahora me vaya a tomar todos mis proyectos de la misma manera. Ya he dicho muchas veces que en los relatos me gusta mucho dejarme llevar y ver qué surge a partir de una idea. Sin embargo, sí que creo que voy a disfrutar mucho más la toma de decisiones importantes porque ahora sé que pueden beneficiar mucho a la historia si se toman con cuidado y conocimiento.

Y, por supuesto, ese conocimiento no llega sino a través de muchas lecturas y de muchas horas golpeando las teclas.

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Hay determinadas decisiones que han mejorado mucho el proyecto que no podría haber tomado si no hubiera perdido el miedo a enfrentar al proyecto directamente. Verlo desde fuera, lo más objetivamente posible y asumir las responsabilidades de lo que se hacía. Estoy disfrutado del proceso de revisión (cosa muy rara en mí) aunque también lo estoy sufriendo mucho. Y creo que ese esfuerzo, ese proceso y esa responsabilidad se están notando en el resultado final. De momento, yo estoy muy orgulloso de mi trabajo y creo que este proyecto es el mejor que puedo escribir hoy en día con mis capacidades, mi tiempo y mis conocimientos.

Para mí, ese estado de paz, de no sentir constantemente al maldito síndrome del impostor y poder enfrentarme a un proyecto de varios años sintiéndolo mío y viéndome reflejado en él, es una de las cosas más importantes que he podido alcanzar como escritor. Y viene, en gran parte, por haber cogido el toro por los cuernos, y haberme plantado ante las decisiones de mis textos.