Escribir una novela es un trabajo arduo que requiere de mucho compromiso y de una capacidad de trabajo importante. Muchas veces, sobre todo al comienzo de nuestro aprendizaje, nos lanzamos a ello con un poco de ingenuidad, sin estar del todo preparados y con la impresión errónea de que no es tan difícil como parece. Es más, muchas veces nos parecerá que el trabajo que ha realizado el escritor es sencillo, puesto que la historia nos llegará con sencillez y naturalidad. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Precisamente, que hayamos tenido esa percepción como lectores, significa que hay mucho trabajo detrás. Hasta que descubrí eso, me enfrenté con algunos problemillas que he visto que se repiten en los escritores principiantes. Por eso voy a hablaros hoy de los cinco principales errores que se cometen al escribir nuestras primeras novelas. O, mejor dicho, los cinco errores que yo cometí cuando comencé a escribir novelas.

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Querer hablar de todo:

Este es un clásico entre los escritores noveles. Hay un ansia en los escritores que escriben sus primeras historias por plasmar todo lo que saben, por demostrar todo lo que han leído y poner en prácticas todas las técnicas narrativas. Da la impresión de que se piensan que no van a escribir ninguna novela más y que es su última oportunidad de escribir sobre esos temas. Recuerdo que la primera novela que escribí tenía doce protagonistas porque quería cubrir todo tipo de personalidad, razas, mundos y temas de los que hablar. Como ya os imagináis, nunca llegué a acabar la trilogía y se quedó a medias del segundo libro. Todos los temas estaban tocados de forma superficial (algo evidente si se trata de abarcar mucho) y los personajes eran caricaturas de los rasgos que me interesaba trabajar. Si no puedes responder con una frase a: ¿de qué va tu historia? Deberías empezar a preocuparte.

Que el protagonista sea una excusa:

Otro error que me encantaba cometer cuando empecé es el del protagonista que va dando bandazos por la obra porque no tiene ni idea de qué es lo que quiere. Suele pasarnos cuando queremos hablar de algo o de un mundo, pero no de un personaje. No tenemos clara su personalidad, ni su evolución ni sus deseos. Recuerdo un protagonista de novela que coloqué en un mundo que había creado con mucho cariño y me dediqué a pasearle por el mundo, casi como un turista, para que yo pudiera detenerme a describir los paisajes y las costumbres de los sitios por los que pasaba. También era un personaje que se pegaba en seguida a cualquier otro personaje que apareciera con una historia que contar, con algo interesante que decir. Por supuesto, nada sorprendente aquí. Probablemente el lector hubiera agradecido que la historia tratara sobre ese otro personaje en lugar de sobre el protagonista.

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Que haya varios géneros:

Aquí se juntan varios fenómenos: que queramos hablar de todo en nuestra primera historia y que queramos ser los más innovadores y los más novedosos. En el primer caso, metemos todos los elementos de género que conocemos para asegurarnos de que se note que tenemos cultura lectora, para tratar de abarcar al mayor número de gente posible y no dejarnos nada por escribir. En cuanto al segundo, es complicado asumir que la novedad o la originalidad en un texto se consigue a través del punto de vista y de la interiorización de conceptos. Al comienzo tratamos de innovar usando la forma y eso provoca que nos lancemos a probar cosas extrañas porque creemos que nadie las ha hecho. El problema es que las mezclas de géneros ya existen y además llevan mucho trabajo. Es necesario conocer las técnicas de pintura básicas antes de ponerse a hacer cuadros cubistas. Aquí sucede lo mismo. La mezcla de géneros debe estar justificada por la historia, de otro modo será superficial y vacía.

Que el comienzo sea abstracto o demasiado anodino:

Como ya hemos explicado, el comienzo de una novela tiene que sentar las bases de lo que vendrá después y en él debe estar contenido (al menos teóricamente) incluso el final de la misma. Hay que presentar al protagonista, el conflicto y el espacio y tiempo en el que se va a desarrollar la misma. Muchas veces, pendientes de eso, nos olvidamos de que un comienzo debe, además, enganchar al lector. Comenzar con una explicación de cómo funciona la vida de los hobbits es algo que solo le funcionó a Tolkien. Y es algo que imitamos sin querer cuando estamos escribiendo nuestras primeras historias. Lo más eficaz es presentar todos esos elementos de los que he hablado arriba de manera paulatina y, siempre, engarzados en la acción.

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Dejarnos llevar por subtramas o personajes secundarios:

¿Quién no se ha enamorado de un personaje secundario?, ¿quién no ha querido saber más sobre algo que aparecía en una novela y que se abandonaba para seguir al héroe en su aventura? Pues esos mismos sentimientos nos sacuden a los escritores cuando estamos en pleno proceso de escritura. Y al principio cuesta mucho no dejarse llevar por ellos y seguir esos cantos de sirena. Ya sabéis que si una historia secundaria se nos atraviesa de modo peligroso, es mejor pararse y sentarse a pensar si no será necesario sacarla de la historia y darle su propio espacio. Por muy atractiva que sea una trama secundaria o un personaje secundario, siempre debe estar supeditado al bien mayor de la novela.

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Espero que alguno de estos errores que a mí tanta guerra me dieron puedan servir a alguien para comenzar con más fluidez en la escritura. Ya sabéis que nunca soy partidario de demonizar los errores, al contrario, creo que hay que saber aprender de ellos y equivocarse un poco mejor la próxima vez. De hecho, que estos fueran los errores que yo cometía cuando empecé no significa que no los siga empleando o que no haya más. De hecho, ahora se me ocurren algunos que sigo cometiendo y de los que no os he hablado. Quizás mejor hacerlo en otra ocasión. ¿Vosotros habéis cometido alguno de ellos? Compartidlos en los comentarios.