Hoy vengo a hacer un poco de grinch de la literatura y a complementar el artículo que ya os traje sobre la afectación y los textos literarios. En él os hablaba de lo poco que favorece la afectación (sea temática, argumental, de personaje o estilística) a vuestros textos. Del peligro que puede tener y la alta capacidad de espantar a los lectores.

Aprovechando y ampliando el espíritu de ese artículo, otra cosa que podéis limitar (si no eliminar, directamente) es el llanto de los personajes. Con el llanto de los personajes sucede algo similar a lo que pasa con los diálogos: si tratamos de ser demasiado fieles a la realidad, sonamos impostados y poco creíbles. Las personas tendemos a llorar más que los personajes, igual que las personas hablamos con más muletillas y rodeos de lo que lo hacen los personajes. Podríamos decir que la máxima aquí no es ser realistas, sino sonar realistas.

Con este artículo no quiero decir, evidentemente, que no se puedan poner personajes llorando en nuestros textos. Escribo el artículo solo para haceros reflexionar sobre ello y para que cuando introduzcáis un personaje que esté llorando os preguntéis si de verdad es necesario que el personaje llore o es impostado. Ya sabéis que en la literatura no hay reglas universales y, si las personas lloran, los personajes deben llorar también para poder pasar por seres humanos ante los ojos del lector. Pero en lo que me quiero centrar hoy es en esas otras veces en las que el personaje no debería haber llorado o, por lo menos, el narrador no debería haberle prestado tanta atención.

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Cuando un personaje llora en un libro y no está bien construido por parte del escritor, puede dar la sensación al leerlo de que se trata de conmover a la fuerza al lector. Exactamente lo mismo que pasaba cuando tratábamos de acumular argumentos o peripecias tristes sobre un personaje. Es como decirle: «Mira cómo sufre, está llorando. Tienes que sentir pena. Esto da mogollón de pena. ¿No quieres llorar tú también?». Cuando en la vida real vemos a alguien llorar de forma muy exagerada, solemos tensarnos y sentirnos incómodos. Una cosa parecida pasa cuando leemos a un personaje llorar. Digamos que somos demasiado conscientes de que es el escritor el que hace que el personaje llore y no nos lo acabamos de creer.

Pasa algo parecido con la risa de los personajes, pero lo cierto es que no es tan llamativo.

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¿Cuál es la clave entonces para el llanto de un personaje? Menos es más. Como casi todo en la literatura. Ser sutiles y no enfatizar el hecho de que un personaje llore hará que el lector lo perciba de una forma más natural y sencilla. Cuando el narrador se detiene en el llanto y nos describe las lágrimas, los hipidos, los ojos rojos, etc., es cuando más sentimos que nos están forzando. Los personajes lloran y pueden llorar, claro, pero el modo en el que le prestemos atención a ello hará que sea creíble o no.

También tenéis que tener cuidado con la facilidad con la que el personaje llora. A veces nos resulta más sencillo como escritores meter un llanto que mostrar la tristeza o el dolor del personaje. Si llora, todos entendemos que algo no anda bien. Sin embargo, usar ese recurso de forma abusiva hace que el personaje se desdibuje y que pierda coherencia. Podemos hacer que un personaje llore a la primera de cambio si queremos mostrar que el carácter del personaje es así, pero si todos nuestros personajes lloran cuando están tristes o dolidos, dejaremos de creérnoslos.

Siguiendo la máxima de que menos es más, yo suelo eliminar todos los llantos y he comprobado que en casi la totalidad de las ocasiones, el texto ha ganado en intensidad y que resulta más sencillo conmover al lector. Cuando he dejado esos lloros (porque a veces los personajes tienen que llorar), ha sido de una forma discreta, y solo porque hacer que el personaje no llorara iba a resultar más extraño que introducir el llanto.

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Porque eso es otro punto a tener en cuenta: igual que demasiado llanto puede hacer que el texto sea inverosímil; forzar a un personaje a no llorar cuando claramente la construcción del mismo y los acontecimientos conducen a ello puede resultar igual de inverosímil. Puede resultar inverosímil o hacernos pensar que el personaje no llora por alguna razón concreta, algo que tenga que ver con la trama o con la construcción del personaje. Y en ese caso puede pasar que desviemos la atención del lector hacia aquello que no nos interesa o que demos una impresión errónea de cómo es nuestro personaje.

Soy consciente de que este artículo puede dar una sensación un poco gruñona, pero cuando estamos empezando en la escritura es recomendable exagerar con estas cosas para después poder añadirlas con conocimiento de causa cuando las necesitemos. Algo similar ocurre con los adjetivos antepuestos: es mejor desterrarlos de nuestros escritos de una forma forzada al comienzo y después introducir esos pocos que el texto verdaderamente necesita. Después de todo, aprender a escribir tiene mucho de ir tomando consciencia de cuándo saltarse las tres o cuatro normas de técnica narrativa que hemos aprendido.

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a man’s hand holds the fountain pen and the signing of a contract closeup

Y hablo de esto con conocimiento de causa. No solo como autor que ha puesto a llorar a sus personajes a la mínima de cambio, sino como profesor que ve curso tras curso cómo los textos de sus alumnos se llenan de personajes afectados que lloran por cualquier cosa y narradores (aún más afectados) que se quedan enganchados a esas lágrimas hasta la saciedad, hasta que se quedan completamente seguros de que el lector ha sentido la pena que ellos les están obligando a sentir. No seáis esos escritores.

En los comentarios, si queréis, podéis dejarme ejemplos que hayáis leído (o que hayáis visto en series o películas) en los que hayáis sentido esa afectación y esa exageración de la que os hablo en el artículo. Os espero.