Escribir a partir de un recuerdo o empleando la memoria es un recurso muy habitual y bastante recomendable para conectar la escritura con la realidad. Ojo, no hablo aquí de realismo, sino de realidad entendida como verdad, esa conexión emocional que une al lector y al escritor a través de una vivencia que puede ser percibida como común. Cuando más «verdadero» sea lo que escribimos, más poderosa será nuestra escritura.

He entrecomillado la palabra verdadero porque es importante dejar claro que con verdadero no me refiero a fiel a la verdad, sino que se percibe como verdad. Esto es algo muy importante que hay que tener en cuenta cuando se quiere escribir una historia partiendo de un hecho real que nos ha sucedido.

La memoria es una fuente inagotable de ideas, pero es importante no aferrarse a la literalidad de los recuerdos, porque muchas veces eso nos estropeará una buena idea. «Que la realidad no os estropee un buen relato» es una frase que mis alumnos escuchan a menudo en mis clases. Y es totalmente cierta. Hay que aprender a seleccionar el material novelable en aquello que nos ocurre y el material anecdótico. Siempre miro con escepticismo a aquellos que cuando se enteran de que soy escritor me dicen: «Debería contarte mi vida, da para una novela». Aunque a nosotros nos parezca muy importante y muy fuerte lo que nos sucede, no siempre es así ni es percibido así por los demás.

Antes de continuar, también me gustaría aclarar que no estoy hablando aquí de autobiografía, sino de la conversión de un recuerdo en una historia. La autobiografía es otro género distinto que trabaja de manera diferente con las vivencias del escritor.

Bien, aclarado esto, me gustaría hablaros de algunos trucos necesarios que harán que vuestras anécdotas o recuerdos cobren vida y se transformen en historias narrativas. Para ello habrá que establecer, primero, unos parámetros diferenciadores.

Un recuerdo no necesita de un orden lógico y causal para su desarrollo: es posible que el mismo día te muerda un perro, se muera tu nuera y te atropelle un bus (un día bastante desgraciado, es cierto). Sin embargo, en una historia, el hecho de que todos esos acontecimientos desagradables se produzcan en el mismo momento tiene que querer decir algo, tiene que tener un significado profundo más allá de la literalidad de los acontecimientos. A la vida real no le pedimos esas relaciones de causa y efecto, aunque normalmente intentemos buscárselas.

Un recuerdo no tiene sentido en sí mismo como narración si no forma parte de la vida de alguien. Es decir que conocemos el contexto en el que se produce dicho acontecimiento y eso es lo que le da sentido. No tiene un comienzo claro ni un final determinante. En una historia es necesario que percibamos la peripecia como una unidad, un todo con sentido. Los recuerdos pueden también quedar inconclusos.

Un recuerdo no tiene por qué tener un conflicto, un deseo o un cambio, mientras que una historia es adecuado que los tenga.

Por lo tanto, para escribir a partir de un recuerdo hay que tener claras determinadas cosas:

  • La primera de ellas es que en el momento en el que somos conscientes de querer escribir ficción, debemos convertirnos a nosotros mismos en un personaje. Es decir, desligar la anécdota de nosotros mismos. Así podremos moldearla con mayor objetividad.
  • Es importante extrapolar el sentido y el sentimiento general de ese recuerdo. Es decir, qué queremos contar con él y cómo queremos que se sienta el lector al recibir esa anécdota.
  • Después hay que tener claro que habrá que seleccionar las acciones que aparezcan en la anécdota que repercutan directamente en el tema o en el sentimiento que hemos seleccionado en el apartado anterior. La mayoría de las veces no será relevante el hecho de que nos encontremos en Valencia o en Madrid, o que hayamos desayunado cereales o galletas.
  • Es importante buscar un deseo para el personaje, un conflicto y un cambio. La mayoría de las veces, forzando un poco casi cualquier recuerdo, puede encontrarse uno con facilidad. Para encontrar esto viene muy bien haber creado un personaje que sea un trasunto de nosotros mismos. Es decir, no preguntarse qué quería yo en ese momento, sino preguntarse qué quiere el personaje.
  • Por último, tenemos que estar dispuestos a cambiar e inventar cualquier cosa que nos estropee el relato o que no se adecúe a lo que queremos transmitir. Eso incluye cambiar personajes, inventarse lugares o incluso cambiar el final del recuerdo o anécdota. Recordad que en esta ocasión lo importante no es la transmisión de las acciones que componen el recuerdo, sino ser capaces de transmitir esa verdad que sentimos en ese momento.
  • Otro consejo que os puedo dar es que la realidad supera la ficción siempre. Con esto quiero decir que a veces habrá que suavizar o cambiar los hechos para que resulten creíbles ante el lector. Es posible que a una persona le toque la lotería dos veces seguidas, pero eso, en un relato o una novela, habría que construirlo muy bien para que resultara creíble. Lo bueno que tiene la realidad, es que no tiene que demostrar que está sucediendo, mientras que las narraciones sí que tienen que hacerlo.

Como podéis ver, la mayoría de los consejos que os he dado son bastante concretos y se parecen, sospechosamente, a cualquier consejo que os pudieran dar para escribir un texto narrativo que no se base en recuerdos. Y esto tiene una razón clara y muy sencilla: Para convertir un recuerdo en una narración, hay que añadirle los elementos que componen un relato y que no siempre aparecen en una anécdota. Evidentemente, aquí hablamos siempre de un relato clásico, si estamos pretendiendo escribir otro tipo de texto, los elementos que podemos y debemos añadir serían diferentes.

Si os apetece repasar las principales características que tiene un relato clásico, podéis echarle un vistazo a este otro artículo que publicamos hace un tiempo.

También os animo a dejarme en los comentarios vuestra experiencia escribiendo a partir de recuerdos o de anécdotas.