Cuando el escritor novel comienza su aprendizaje en las herramientas de escritura, es normal que cometa ciertos fallos o vicios de estilo que deberá pulir con el tiempo. Dentro de esos pequeños consejos que limpian mucho y adecentan un texto podemos encontrar cosas como eliminar cacofonías y repeticiones (como ya vimos aquí), utilizar palabras concretas y dar prioridad a las escenas o limitar al máximo los adjetivos antepuestos y los adverbios acabados en –mente. Sé que estos dos últimos de la lista no son los más importantes ni los primeros que deben enseñarse, sobre todo porque son consejos que son aplicables a la hora de corregir, no durante la escritura.
Podemos enseñar la diferencia entre abstracto y concreto a alguien que aún no se ha puesto a escribir, pero la limpieza de adjetivos y de adverbios, así como las cacofonías, debe realizarse solo después de haber acabado el texto (aunque es cierto que con la experiencia acabas reduciendo mucho la necesidad de revisar estos aspectos). De todos modos, son dos consejos muy importantes que no viene mal aprender lo antes posible porque nuestros textos, limpios de estos pequeños vicios, darán una impresión mucho más profesional.
Quiero dejar claro, antes de comenzar, que los adjetivos en general son una herramienta muy potente y muy precisa y que, por lo tanto, debe ser usada solo cuando sea necesario. Es muy común que el escritor principiante llene sus textos de adjetivos pensando que cuantos más detalles dé sobre una palabra, más fácil será para el lector imaginársela. Nada más lejos de la realidad. Contrariamente a eso, el exceso de adjetivos provoca que el lector pierda la palabra a la que acompañan los adjetivos y por tanto la que va a generar esa imagen. Si el adjetivo que hemos puesto no aporta información vital para la comprensión del texto, mejor no ponerlo. Por supuesto, deberíamos desterrar de nuestro vocabulario los adjetivos totalmente reiterativos como «cristal transparente» o «fresa colorada». Unos adjetivos interesantes serían «cristal opaco» o «fresa verde», porque no son las palabras que acompañan habitualmente a esos nombres.
Si hay que tener cuidado con el uso de los adjetivos comunes, el uso de los adjetivos antepuestos debe ser limitadísimo. Con la colocación habitual del adjetivo le decimos al lector que lo importante es el nombre, mientras que el adjetivo es un complemento. Si le damos la vuelta al binomio y colocamos el adjetivo delante del nombre («blanco corcel»), lo que estamos diciendo es que el adjetivo es más importante que el nombre. Y muy pocas veces nos interesará como escritores que esto sea así. Hay veces que el uso del antepuesto será necesario (no es lo mismo decir «un nuevo pantalón» que decir «un pantalón nuevo»), pero en general, si encontráis un adjetivo antepuesto en vuestros textos y al cambiarlo a la forma habitual no cambia el significado, dejadlo con la manera normal. ¿Por qué? Para que no llame la atención sobre sí mismo y para que la voz narrativa sea más natural. Estamos muy influenciados por la narrativa inglesa y algunos malos traductores que traducen los adjetivos literalmente a la manera inglesa (los menos, por suerte); así como por la narrativa clásica y antigua en la que el adjetivo antepuesto era sinónimo de épica. Por eso nos suena muchos más literario y narrativo escribir nuestros textos con adjetivos antepuestos. Pero esa fase ya está superada. Ahora debemos buscar la naturalidad en el lenguaje. A no ser, claro está, que tengamos alguna razón narrativa de peso o alguna intención estética para no hacerlo.
Con los adverbios pasa exactamente igual que con los adjetivos. Aportan mucha información al lector, pero nosotros deberemos calibrar si esa información es totalmente necesaria o no aporta nada a la historia. Un buen uso de la economía del lenguaje es lo que distingue a un autor experto de uno principiante. Solemos primar la cantidad de palabras por encima de la calidad (no hay más que ver el muestreo de egos en forma de palabras escritas que se produce durante el NaNoWriMo en Twitter). Una alta cantidad de palabras no es malo por sí, pero debemos tener cuidado con el contar por contar.
Del mismo modo que sucedía con los adjetivos antepuestos. Los adverbios acabados en –mente son más llamativos que los adjetivos comunes. También es recomendable evitarlos porque producen muchas cacofonías y un sonido monótono cuando se acumulan o cuando hay varios cercanos. Hay autores, como por ejemplo Gabriel García Márquez, que tratan (o trataban) de eliminarlos completamente de sus escritos. Hay que reconocer que es algo complicado de hacer en castellano. La partícula «mente» es una de las maneras de formar adverbios de nuestra lengua y, por tanto, habrá ocasiones en las que no tengamos más remedio que hacer uso de esos adverbios porque no tendremos otros que digan lo mismo. Además, muchas veces los adverbios deben ser sustituidos por locuciones o grupos de palabras, que entorpecen la lectura y lían la frase. Por último, habrá ocasiones en las que, para no repetir palabras o estructuras, no nos quede más remedio que poner algún adjetivo acabado en –mente. Por lo tanto, el consejo es que tratemos de evitarlos en la medida de lo posible, pero que no huyamos de ellos como si se tratara de demonios alados o la factura de la luz.
La escritura, como cualquier arte, no es una ciencia matemática y, por lo tanto, lo que funciona en un texto bien puede no funcionar en otro texto. Habrá que estudiar cada caso, con la intención del escritor, para determinar la mejor estrategia a seguir. Es cierto que en general debemos prestar atención a los adjetivos antepuestos y a los adverbios acabados en –mente (sobe todo a los primeros), pero también es cierto que son herramientas que en determinadas ocasiones podrán ser útiles e incluso necesarias para lograr el objetivo que nos hemos propuesto.
¿Y vosotros?, ¿hacéis una revisión de vuestros escritos buscando estos dos pequeños vicios cuando estáis acabando la escritura?
Buenas noches. Que opina sobre EL GATOPARDO de Di Lampedusa. Tiene más de 500 adverbios terminados en mente. Cuando saber si usarlos o no?
Hola, Bernardo. Pues la verdad es que no hay una norma clara. Mi recomendación es que no estén demasiado seguidos y que no llamen demasiado la atención. Me temo que no he leído el Gatopardo. Gracias por comentar.